Soy Iris Leal, poeta, de
Pucón.
Sintiendo la
fragilidad de la vida, la fuerza de la esperanza, la sabiduría de los cuerpos
que lentamente se inclinan volviendo a la tierra sus huesos, elevando a las
estrellas sus besos, sus cariños, sus versos... Pasa la vida, se camina, se
encuentra con tanto que tiende a perderse. Sin embargo ocurren maravillas,
momentos intensos donde algo se abre. El ángel que nos cuida muestra una pluma
de su ala, un tono de su arpa, un brillo de su inmaculada faz y respiramos
certeza, apenas una miga de certeza. Comienza la tarea de enrielar, cargar en
el hombro los pesados metales para construir la línea férrea del destino,
martillando los clavos antiguos para traspasar el material y unir. La vía marca
para el que vendrá la misma ruta, aunque lo que ve, lo que respira, lo que
recoge el otro es de él, para él, por él, su tesoro. En el cielo los tesoros
que de la tierra se experiencian, se convierten en generosos cúmulos estelares.
De la mano de otro se siente la palma propia y luego puede uno acostarse sobre
la hojas tibias de la tarde a mirar las nubes formarse y entregarse, una a la
otra.
Vivo entre el volcán y el
bosque nativo, me cuentan sus historias entre raudos temporales la lluvia, el
viento y las corrientes que bajan impetuosas por los ríos.
Si el sol visita las
laderas y acaricia los contornos, cantan transparentes diversos tonos que
relatan melodías que mi corazón escribe. Y tejen poesía las ancianas que hacen
bailar el uso, los campesinos de manos agrietadas que han hecho una y otra vez
brotar la tierra con el chuzo y el azadón, la carretilla y el incansable
tarareo del labrado. Los niños aún se acercan a alentar el fuego y con astillas
o troncos secos se levantan en un bello y constelado alegre silencio.
Gracias por compartir tu miga de certeza con nosotros Iris. Yo tambien vivo entre el volcan y el bosque nativo, ahora se aclara la noche pero las nubes siguen entonando una melodia que ya no puedo recordar pero seguramente deleita a los angeles y alienta sus plumas.
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